Introducción
El estudio de la mujer caribe, tribal y no
cautiva, demuestra un patrón etnográfico cultural amazónico característico de
las tribus horticultoras de la mandioca en las antillas menores del Caribe.
Como comparativo etnográfico para observar los patrones amazónicos en las antillas menores usamos las
costumbres de las mujeres de la tribu tupinambo del Brasil. Ambas comparten
aspectos como la antropofagia ritual de esclavos de guerra, un sistema de
cautiverio de prisioneros, el uso de la mujer enemiga como recurso humano para
el provecho demográfico de su tribu, un sistema matrilineal en sus sociedades y
la marginalización de las mujeres prisioneras de guerras. Es decir, la migración
del continente a las islas antillanas no cambió los patrones culturales traídos
de América del Sur.
El Origen de las Tribus
Mandiocas
El Dr. Pablo Hernández expone que en las costas
de Colombia del 1200 a.C se identifica la transición del modo de vida arcaico
pre-agricultor a un tipo de vida horticultora entre las comunidades aborígenes
de América del Sur. Estudios en los lugares de Malambo y Momil en el norte del
país ya mencionado revelan una sociedad con características culturales que
entretejen una relación entre el origen del Caribe insular y el origen de los
tupinambos. Las características agricultoras de tala y quema o roza, un sistema
político tribal con base en la familia y un liderazgo de jefaturas electivas; en
términos religiosos el shamanismo como influencia de una religión animista.
Se le llaman las tribus de la mandioca porque
toda elaboración y manejo de la mandioca o yuca agria identificaba a las tribus
descendientes de este patrón. Esto se traza por el hallazgo de burenes o
budares, el instrumento de cocción del pan de yuca. Según los patrones
antropológicos demostrados, estas sociedades llegaron hasta el Amazona y los
ríos Apure y Orinoco de Venezuela llegando hasta las Guyanas en una migración
de carácter fluvial. Según las teorías, estos evolucionados ya como
caribes-kalinagos y arahuacos, se trasladan hasta las Guyanas y luego las islas
antillanas de Barlovento. Se alega que otros grupos evolucionaron, los que se
conocen como los tupinambos, se extendieron hasta el Brasil selvático y costero.
Es interesante denotar que ambas culturas, según Rouse y Metraux, manipulaban
la mandioca de la misma manera a la descrita por Hernández[1].
Metraux y Rouse documentan que las tribus
caribes y tupinambos seguían el mismo patrón mencionado por Hernández del
manejo horticultor de la yuca agria, la hervían, la hacían harina gayándola, la
secaban en un artefacto de tela de mimbre y luego hacían el pan. En el caso de
los caribes, se le llamaba “paniers” por los cronistas franceses que documentaron
este pan en las islas. Según Hernández, la sociedad de la mandioca siguió un
patrón de foresta tropical en la que se desarrolló las vertientes tupinambo,
caribe y aruaca. Es decir, el origen del patrón de manipulación de la mandioca
por una sociedad base en América del Sur-afirma la presencia etnográfica
amazónica en las islas caribes.
La Mujeres cautivas.
La sociedad caribe tenía por costumbre llevarse
a la mujer como cautiva y botín de guerra. El caribe o kalinago declaró la
guerra a los arahuacos en el continente y posteriormente en las islas,
probablemente por la lucha de la extensión territorial para el desempeño
agrícola. Según Robiou Lamarche, esta venganza en contra de los arahuacos era su
razón existencialista bélica. Al tomar las mujeres de los arahuacos, los
caribes las mantenían como mujeres cautivas en calidad de esposas marginadas.
Estas eran un trofeo de guerra y objeto aumentativo de prestigio. Las mujeres
arahuacas cautivas eran identificadas con el nombre de “oubeérou”. [2]
Aunque se tomaban como esposas, estas estaban
marginadas de por vida. Según Hernández, éstas eran mantenidas en una localidad
aparte de la aldea caribe, separándolas así de las mujeres no cautivas. Debido
a que el caribe como tribu territorial se enfocaba en la guerra, era importante
la producción de hijos. Todos los nacidos por una mujer, no importa el estatus
de prisionera o libre que tenia dicha fémina en la comunidad, era considerado
legítimo de la tribu.[3]
Esto como fenómeno llevó a la mujer a tener una dualidad cultural.
De igual forma, la tribu guerrera de los
tupinambos hacía el mismo proceso de cautiverio a las mujeres que capturaban. Sin
embargo, estas no eran tomadas por esposas, estas eran comidas en las
ceremonias de antropofagia ritual. El hijo de una mujer cautiva tupinambo con
un guerrero era luego considerado como parte de la tribu. Sin embargo, Metraux
señala que a los hombres prisioneros de guerra se le era dado una mujer no
cautiva para que esta lo tuviese en su atavío y el prisionero no huyera. Sin
embargo los hijos que tuviesen esta mujer no cautiva con el prisionero eran
consumidos también en ceremonia religiosa.
Aunque se señala por los cronistas franceses que
estuvieron en el Brasil en el siglo XVII, los hombres tupinambos tomaban por
esposas cautivas a las mujeres de sus enemigos como lo hacían los caribes[4];
estos amerindios guerreaban entre sí, por lo que se deduce que la mujer
tupinambo, al contrario de la caribe era de la misma etnia denominada: Tupí-
Guaraní.[5]
La mujer no cautiva
Hay que hacer la salvedad de que la mujer caribe
no cautiva, no necesariamente tenía una pura ascendencia kanimar o caribe
continental. Para efectos, la mujer caribe se fue convirtiendo en una mezcla de
las cautivas arahuacas y las originales procedentes del continente
sudamericano. Tampoco podemos concluir que la mujer de origen aruaco influenció
en la mujer caribe tribal hasta el punto de un desplazamiento cultural. En su
convivencia, la mujer caribe no cautiva pudo asimilar aspectos étnicos de las
mujeres prisioneras arahuacas o viceversa.
Hay evidencia de que la mujer caribe continental
viaja a las islas del Caribe. Irving Rouse, documentando las costumbres caribes
de navegaciones, indica que al migrar, el caribe llevaba a sus mujeres y a sus
hijos. El autor también señala que había una fuerte relación entre la tribu
caribe-kanimar continental y los pobladores antropófagos de las islas. Los
indios caribes de las islas buscaban esposas no cautivas de las Guyanas al
igual que en el continente los caribes iban a otras aldeas de los suyos a
buscar sus esposas. Estos datos nos llevan al enfoque de la mujer no cautiva
como indicativo amazónico en el arco antillano.
Vestimenta
La vestimenta de la mujer caribe era un claro
indicativo de la costumbre de segregación de las mujeres tribales y las mujeres
en cautiverio. Es decir, según las crónicas, la mujer cautiva se diferenciaba
de la mujer no cautiva o de la tribu en la vestimenta. Esto se daba en el uso
de una prenda parecida a unos botines o borceguíes de algodón entretejido en
las piernas, que era prerrogativa de la mujer caribe tribal no cautiva. Este
dato etnográfico marca la diferencia social de las mujeres. De aquí nos lleva a
nuestro estudio a la mujer caribe tribal como foco de representación étnica
amazónica. El cronista español, Doctor Álvarez Chanca en el siglo XV hace dicha
observación como compañero de viaje del explorador Cristóbal Colón.
…allí conocimos cuales eran caribes de las
mujeres e cuales no, porque las caribes traían en las piernas dos argollas
tejidas de algodón, la una junto a la rodilla, la otra junto con los tobillos;
de manera que les hacen las pantorrillas grandes, e los sobredichos lugares muy
ceñidos, que este me parece que tienen ellos por cosa gentil, así que por esto
me parece que tienen ellos por cosa gentil…([6])
Las ligaduras tejidas en las piernas, descritas
por el Doctor Álvarez Chanca, eran corroboradas por cronistas franceses como el
Padre Du Tertre en 1667. De hecho el prelado Du
Tertre va más allá en cuanto a la vestimenta se refiere como símbolo de un
status social de libertad, pues éste indica que dichos calzados eran estimados
como “marca inefable de la libertad de la mujer, de donde viene el que las
esclavas no las lleven jamás[7]”.
Éste detalle también es documentado por cronistas franceses que visitaron las
islas como Mathias Du Puis , César de Rochefort y el padre Jacques Bouton.
Cabe denotar que las mujeres tupinambos no
prisioneras desde temprana edad llevaban unos botines de algodón igual a las de
la mujer de la tribu. Según Metraux, esto era para resaltar las pantorrillas,
que era un signo de estética.
Según un anónimo en 1647 documentó, tanto el
hombre como la mujer caribe andaban desnudos. Estos se frotaban achiote molido
y frito en aceite llamado “rucú” como protector solar y repelente de los
mosquitos. Solamente se destaca adornos corporales tanto en el hombre como en
la mujer. Mientras los hombres llevaban adornos en el cuello, las mujeres los
usaban de brazalete en los brazos. Dicha bisutería se componía de dientes de
animales, piedras y rafas, así como conchas de crustáceos. Ambos sexos usaban
un collar con una media luna que era ni de oro ni de plata, probablemente de
cobre llamada “Karokoli”, esta era una media luna y solo la vestían aquellos
que tenían algún grado de prestigio. [8]
Se entiende que los "karakolis" eran signos de las conquistas de los
caribes continentales hechas en América del Sur y que en su migración al Caribe
trajeron como una especie de identificación tribal.
Según Metraux, los tupinambos también tenían
dicha costumbre de asignar la bisutería a partes del cuerpo según el sexo. A
diferencia del hombre, la mujer caribe no usaba plumas de aves para adorno en
la cabeza.[9]
La mujer caribe al igual que el hombre se dejaban el cabello largo, y se lo
trenzaban. [10]
Al respecto, el Padre Du Tertre en 1667 comenta que las mujeres caribes no
tribales llevaban largo el cabello y se dejaban una pollina cortada. A los
lados según el cronista, las mujeres se trenzaban los mechones del lado en
forma de cola y el resto del peinado se lo soltaban atrás sujetado muy
propiamente con cintas de algodón. Tanto es así que el misionero compara el
estilo de las no cautivas con los estilos de la mujer en Europa.[11]
Las mujeres se agujereaban la nariz, las orejas
y el labio inferior, para ponerse distintos adornos. El agujerearse el labio
inferior y las orejas también era una costumbre en la tribu tupinambos.[12]
Los hombres y las mujeres tupinambos al igual
que la sociedad caribe, iban desnudos y cubrían su cuerpo con lo que los
portugueses llamaron onatto, palabra amazónica para el achiote.[13]
El misionero Claude D’abbevile en sus crónicas destaca que las mujeres
tupinambos no vestían ningún tipo de vestimenta y “eran recatadas”, pues su
desnudez no implicaba una afrenta sexual.
Como parte de su ornamento, las mujeres libres
usaban caracoles largos como aretes en las orejas. Estas usaban pulseras
confeccionadas por conchas de caracoles, muy similar a la indumentaria de las
mujeres caribes. [14]
Sin embargo, las féminas tupinambos a diferencia de las caribes aldeanas eran
tatuadas en la pubertad, distinguiéndolas de las prisioneras. Para la mujer
tupinambo no cautiva, los tatuajes y adornos en la piel confeccionados por
pintura eran símbolo de belleza y esplendor. [15]
La mujer no cautiva era parte esencial en la
economía de la aldea caribe, así como la de la mujer no cautiva tupinambo. La
mayoría de las tareas cotidianas eran hechas por las mujeres de la aldea. De
aquí es que se puede ver como etnográficamente se marca el desempeño de la
mujer caribe no cautiva. Según Irving Rouse, la tribu caribe entendían la
importancia de la mujer tribal no cautiva como parte del proceso de
continuación etno-cultural.
La mujer se convirtió en el recurso humano no
guerrero en todas sus fases. Toda la producción de utensilios, la agricultura,
la crianza de los niños y hasta el cuido de los enfermos son propulsados por la
mujer[16].
Tanto es así que Robiou la llama “la fuerza de producción y reproducción”. Los
artículos de cerámica eran exclusivamente confeccionados por las mujeres. Al
igual que todo material que no fuese usado para la guerra. Piezas en algodón,
utensilios líticos, cortadores y raspadores de coral eran confeccionados por
las mujeres[17].
Según el Padre Bouton en 1635, en su visión eurocentrica, las mujeres caribes
insulares no cautivas eran “esclavas y desgraciadas” de tanto trabajo. La
mujer, cautiva y no cautiva se encargaba de prácticamente toda la labor
doméstica, excepto la cacería. Un cronista anónimo en 1647 describe:
Las mujeres... les proveen de comer y de beber;
tienen cuidado de los niños y les siguen a todas partes para cocinarles. Tan
pronto como ellas se han levantado se van a bañarse también; después se ponen a
raspar y a rallar mandioca y a hacer el
pan para el desayuno de sus maridos. Hecho el desayuno, se van a trabajar en
sus huertos de mandioca, o de patatas, con un bastón puntiagudo que utilizan en
lugar de azada; las otras van a escardar. Los hombres no se meten en nada de
todo eso. Las que permanecen en las casas o hacen camas de algodón o bien
preparan el rucú, o hacen frotar o engrasar el cabello de sus maridos. Ellas hacen
aceite de un grano que llaman “cuahei”, que en un primer momento convierten en
polvo, y después los secan en la
platina; a continuación la aplasta entre su manos... Las otras hilan algodón
también de noche al fuego. Tienen también como tarea el cuidado de los enfermos
y para ello se le aplican en el conocimiento de los simples que tienen la virtud
contra las enfermedades. Ellas tienen excelentes remedios y muy eficaces, y de
ellos tendremos algún día mayores conocimientos, si Dios así lo quiere. ([18])
En la sociedad tupinambo, según los escritos de
D’Abbeville, la mujer era la agricultora, productora de alimentos y criadora de
los hijos. Igual uso de tecnología era confeccionado por la mujer tupinambo,
sin embargo cabe destacar que los recursos de la selva del Brasil eran más
diversificados que los de las Antillas Menores. En la tribu tupinambo, al igual
que las caribes, las mujeres de edad eran las que hacían las cerámicas, pues
eran las que llevaban más experiencia. Las tupinambos también llevaban la crianza
de los niños, la agricultura y la preparación de utensilios y alimentos. Según
el padre Abbeville, estas al igual que la mujer caribe insular, no conocían
descanso. Desde la siembra, la preparación de tierra, el mantenimiento de las
plantas, la cosecha; todo hasta la confección de los alimentos y bebidas que
utilizaban los caribes.
Viviendas
En organización de la villa y las chozas, la
mujer caribe tribal no cautiva vivía excluida de los hombres en la misma aldea.
Ésta se componía de unas chozas pequeñas confeccionados en paja y entre estos
una casa grande que servia de casa comunal[19].
Durante el día los hombres se pasaban en la vivienda comunal, “taboi” en
lenguaje galibi-kaliña y “carbet” para los franceses. Según Rouse, las chozas
pequeñas eran exclusivas para la mujer y sus críos. Los hombres tenían una
vivienda colectiva central flanqueada o entre medio de las chozas de las
mujeres. La choza de la mujer no cautiva era relativamente la mitad del tamaño
de la casa comunal. La construcción era la misma, con la diferencia que estas
chozas tenían una sola puerta de salida. La casa se dividía interiormente entre
el lugar del dormitorio y la cocina. Esta división era hecha por paredes
tejidas de paja. [20]
El anónimo de 1647 hace una buena descripción de
dichas aldeas:
Están (las aldeas) divididos por familias, y sus
familias están compuestas por varios matrimonios que viven juntos y forman unos
caseríos bajo el padre de la familia; los hijos y las hijas de éste que están
casadas tienen cada uno un bohío. Hacen primeramente uno grande y común de
sesenta a ochenta pies de largo más o menos que llaman carbet, alrededor de
este hacen los pequeños bohíos para cada matrimonio (…) las mujeres limpian los
bohíos y los muchachos los carbets...([21])
Según Irving Rouse, la mujer se mantenía en los
bohíos aledaños todo el tiempo, nunca merodeando el “carbet”, salvo en los
festines. Solo se requería su presencia en la casa comunal para servir comida u
otro tipo de actividad servil. Cabe denotar que las cautivas estaban marginadas
de esta posición territorial en las tribus, pues como se menciona anteriormente
tanto en los tupinambos como en los caribes existían aldeas marginadas para las
cautivas.
La aldea tupinambo consistía de unas casas
comunales muy parecidas a los “carbets” caribes insulares. A diferencia de los
caribes, los tupinambos convivían en estas casas comunales dividiéndose cada
unidad familiar por paredes de paja. Estas casas, de geometría rectangular
podían medir de 50 a 300 pies de largo (15 a 150 metros) y 30 a 50 pies de
ancho (9 a 15 metros). Estas casas estaban situadas alrededor de un parque
ceremonial, en el que se celebraba todos los eventos. Dentro de cada una de
estas viviendas podían estar ocupadas por 100 a 200 personas. La aldea
usualmente consistía de 4 a 8 casas largas.[22]
[1] Hernandez P..Sociedades Aborigenes del Caribe:
Las sociedades horticultoras de selva tropical, origenes y penetración del
caribe. Cátedra de Maestria. Universidad Interamericana de Puerto Rico, Recinto
Metropolitano. 2005
[2] Robiou Lamarche S. “Tainos y Caribes, las
Culturas Aborigines Antillanas.” Editorial Punto y Coma. San Juan.
2003. p.170.
[3] Ibiden. pp. 168-170.
[4] Metraux A. “The Tupinamba.” En:
Steward, J. H. Handbook of South
American Indians. Vol. 3 “The Marginal Tribes.” New York: Cooper Square
Publications, Inc., 1963. pp. 95-100.
[6] Chanca D. A “Este es el primer viaje
y las derrotas y camino que hizo el Almirante
D. Cristóbal Colón. En:
Alegría R. E. 2004. “Las Primeras Noticias Sobre los Indios Caribes” En:
Cárdenas, M. “Crónicas Francesas de los Indios Caribes.” San Juan, Puerto Rico,
Centro de Estudios Avanzados y Del Caribe. 2004. p. 77.
[7] Du Tertre, II, Tratado III, Cap. IX.
[8] Anónimo, n. 24974. “Relation d’Isle de la
Guadelouppe faite par les missionnaires Dominicains a leer General en 1647” En:
Cárdenas, M. “Crónicas Francesas de los Indios Caribes.” San Juan, Puerto Rico,
Centro de Estudios Avanzados y Del Caribe. 1981. pp. 184-186.
[9] Iden.
[10] De Rochefort C. “Histoire naturelle
et morale des Iles Antilles de L’Amerique” 1665. En: Cárdenas, M.. “Crónicas
Francesas de los Indios Caribes.” San Juan, Puerto Rico, Centro de Estudios
Avanzados y Del Caribe. 2004 pp. 311-320.
[11] Du Tertre J. B. 1667. “Histoire Generale des
Antilles.” En: Cárdenas, M. “Crónicas Francesas de los Indios Caribes.” San
Juan, Puerto Rico, Centro de Estudios Avanzados y Del Caribe. 2004.
pp. 472-474
[12]
Metraux A. Op. cit. p. 107
[13]
Fisherman, Laura. Crossing Gender Boundaries:
Tupis and European Women in the Eyes of Claude D’Abbeville. French Colonial History 4. (2003) pp. 81-98.
[14]
Metreaux A. Op. cit. p. 108
[15]
Iden
[16]
Robiou Lamarche, Op. cit. pp. 168-169.
[17]
Rouse, I. “The Carib”. En: Steward, J.
H. Handbook of South American Indians. Vol. 3 “The Marginal Tribes.” New
York: Cooper Square Publications, Inc., 1963. pp 550-551.
[18]
Anónimo Op cit. p. 194
[19] Rouse I. Op. cit p. 551.
[20]
Rouse I. Op cit. p 552
[21]
Anónimo Op. cit. pp.191-193
[22]
Metreaux A. Op. cit. p. 103.
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